Todas las tardes, a lo lejos, se ve la pesada figura que camina tranquila pero con determinación, bañada de luz del atardecer, por la carretera 84 de Longville. Y todos los días se repite la misma escena.
Es Bruno, un perro que en apariencia recuerda mucho a sus primos los lobos, que pasea por el pueblo.
Este perro cada día recorre más de 6 kilómetros hasta la ciudad para decir «hola» a todos los vecinos.
“Ha sido su rutina desde que lo conocemos”, cuenta Sharon Rouse, que ve llegar a Bruno desde la pintoresca ventana de la oficina de Hansen Realty, donde trabaja en la recepción.
“Todo el mundo conoce a Bruno”, se ríe Sharon. “Quizás no conozcas a los vecinos, pero vas a conocer a Bruno”, continúa entre risas.
Es que durante los últimos 12 años Bruno ha caminado todos los días alrededor de 6 kilómetros de Longville, Minessotta, su pueblo, haciendo rondas que lo llevan de vuelta a la casa de sus dueños, Larry y Debbie LaVallee.
Bruno fue un gran paseador desde el comienzo.
“Un joven llegó a la entrada de casa, y Bruno era un cachorro aún”, recuerda Larry. “Y me dice ‘Encontré a tu perro en mi casa’ y le conteste ‘Bueno, pero no es mi perro’”.
Entonces miró al cachorro que estaba dentro del auto del hombre y decidió que iba a quedarse con ese hermoso mestizo, pues pensó que lo habían abandonado. “Y entonces fue el comienzo de todo”, cuenta siempre Larry.
Larry y Debbie LaVallee, los dueños de Bruno.
Bruno hace sus rondas en Longville casi rutinariamente, las que incluyen una parada en el City Hall, la librería, la heladería, varias oficinas inmobiliarias y en el supermercado Tabaka, donde los trabajadores lo miman y le abren la puerta trasera para darle sobras de carne que le guardan.
“Es nuestro amigo, lo cuidamos lo mejor que podemos”, dice Patrick Moran, dueño de una inmobiliaria que está en el camino de Bruno. “La semana pasada vino y se quedó alrededor de una hora y media o dos”, cuenta el hombre.
Bruno descansa siempre en esta inmobiliaria, donde lo miman todos los días.
Los Lavallees dicen que trataron de que Bruno se quedara en la casa, incluso lo ataron para que no estuviera vagando por el pueblo, pero el perro casi se ahorca tratando de zafarse de la cadena que lo aprisionaba en la casa.
Están más que acostumbrados a recibir llamadas de los nuevos habitantes del pueblo, asegurando que encontraron a su perro “perdido”. También se acostumbraron al silencio que se produce del otro lado del teléfono cuando les dicen que no está perdido, que es normal que el perro vagabundee y que seguramente encontrará el camino de regreso a casa.
Bruno es una celebridad y muchos se toman fotos con él.
Es un perro muy tranquilo y amigable, todos lo quieren.
Otra de las fans de Bruno es Mary Tripp, que le regala donas que compra exclusivamente para el perro. “¿No le compras regalitos a tu mejor amigo?”, pregunta la mujer con un guiño sarcástico.
“Tiene más amigos que la mayoría de los humanos de este pueblo, y no lo digo como algo negativo sobre los humanos”, dice Mary. “Él es muy leal”.
Mary está entre esos que a veces llevan a Bruno al final del día, aunque la habilidad de esquivar el tráfico se ha vuelto casi mítica: “Tiene su propio ángel guardián”, asegura.
A veces Bruno recibe un «aventón» a su casa.
En el supermercado Tabaka le guardan restos de carne para mimarlo.
Pero hay algo que Bruno no ha podido evitar, y es la edad. Se ha vuelto más lento y se tira a descansar entre sus largas caminatas. Y a veces, decide quedarse en casa para descansar todo un día.
“Se está poniendo viejo, por lo que no va a estar con nosotros por mucho más tiempo”, dice con tristeza Debbie.
Pero Bruno ya es parte de Longville y en el 2016 el pueblo le dedicó una estatua de madera para recordarlo siempre en el parque ubicado en la calle principal: “Embajador y perro de Longville”, dice la placa.
El monumento en honor a Bruno.
Bruno es, sin duda, un ícono del pueblo y será siempre recordado por sus habitantes.
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