Todos los perros dedican una pequeña parte de su tiempo del día para aislarse de los demás y realizar sus labores caninas, ya sea comer, dormir u oler su ambiente en busca de nuevas experiencias, entre otras cosas. Todos los perros menos Stanley, un peculiar bully que no necesita más que estar cerca de su dueño, pero muy cerca de él.
Sam Clarence adoptó a Stanley después de que este fuese encontrado en un rescate hecho en Christchurch, Nueva Zelanda.
El pequeñín había sido abandonado a muy temprana edad.
Sam supo de este ya que él siempre se ofrecía como paseador de perros en un refugio cerca de su casa, así que cuando encontraron a Stanley en una casa abandonada junto a otro cachorro y su madre, lo llamaron para cuidar de él.
Al comienzo Sam no vio esperanza en ese pequeño cachorro, pues estaba aterrado por todo, le había tomado más de una hora en salir lentamente del auto cuando lo llevó a su casa. Luego le dio un gran baño, un plato de comida y una cama donde recostarse frente al fuego.
Poco a poco el perrito se fue adaptando a su nuevo hogar.
Cuando Stanley se empezó a adaptar, Sam vio el cambio que dio de una pequeña cría asustadiza a lo que él llamó “el perro de velcro”.
En cada lugar que Sam estaba descansando, Stanley se acostaba junto a él, siempre tocándolo, ya sea estando encima suyo o por lo menos tocándole el cuerpo con una pata. De igual manera pasaba al dormir, Sam acostado en su cama y Stanley detrás de él tocándolo.
Su confianza fue creciendo cada vez más.
Es tanta su necesidad por el contacto físico con las personas que cuando Sam sale de casa a trabajar hace exactamente lo mismo con el compañero de piso. Stanley también es un amante de los espacios libres. Cada vez que llegan a una playa, un río o un lago, no lo piensa dos veces antes de zambullirse de la emoción.
Así fue como floreció su personalidad.
Desde que Sam descubrió este gusto de Stanley por la naturaleza, lo tomaron como un hobbie que pudiesen compartir los dos, ya que a él también le gustaba viajar y conocer nuevos lugares.
Ahora Stanley es más viejo, pero su capricho sigue vigente, hasta cuando hacen largos viajes por toda Nueva Zelanda, siempre lo sorprende tocando con una pata en todo momento el cuerpo de Sam mientras conduce.
y la relación con su dueño se fortaleció a través de su gusto mutuo por la aventura
Sin duda, Sam nunca se hubiera imaginado el gran compañero de viaje que sería ese cachorrito asustado, que con mucho amor y cariño se convirtió en un perro con una personalidad y carisma único.
¡Te invitamos a compartir esta historia con otras personas para que recuerden que todas nuestras mascotas necesitan que les demostremos nuestro amor las veces que podamos para darles más confianza y cariño!