Los animales son seres nobles y agradecidos con quien los trata con amor. Ellos nos entregan su nobleza y fidelidad incondicionales, y es allí donde reside nuestra responsabilidad de devolverle ese gran favor que nos hacen cuando están con nosotros y logran hacernos tan felices.
Esta es la historia de una dulce gatita callejera quien fue encontrada vagando por los callejones del barrio de Tuzla, en Bosnia Herzegovina, por una joven llamada Asja. Ella es estudiante de Farmacia y amante de los animales y para el momento del encuentro, ya Asja convivía con otra gatita llamada Sophie.
Sin embargo, el miedo a las personas era evidente en la minina, quien se veía realmente nerviosa por el paso de las personas. Huía despavorida de ellas por desconfianza, lo cual hace suponer que fue tratada con desprecio en el pasado.
«La gatita siempre caminaba por la calle maullando muy fuerte. Cada vez que alguien intentaba acercarse a ella, ella huía de inmediato porque no confiaba en nadie», dijo Asja.
Ciertamente, quien sería posteriormente bautizada como Gigi, se mostraba muy aprehensiva. No solo le aterraba la gente, también reaccionaba ante cualquier ruido o movimiento brusco, siempre pendiente, siempre alerta.
Así que Asja, con su experiencia en la crianza de gatitas tomó el asunto en sus propias manos. A pesar de la resistencia de Gigi a acercarse a los humanos, de ninguna manera la joven iba a permitir que pasara un solo minuto más en la calle, sin la calidez de un buen refugio.
«Me sentí triste por Gigi y tomé la decisión de hacer todo lo posible para salvarla. Empecé a dejar comida en mi balcón, al que podía llegar accediendo por las escaleras», contó Asja.
De este modo, la joven se dio a la tarea de improvisar una suerte de refugio, el cual instaló con la esperanza de que Gigi regresara en busca de alimento. Ella sabía que el hambre en cualquier momento la atraería. Era una oferta irresistible y así lo hizo la gatita cada vez con mayor frecuencia.
«Tenía mucha hambre. No importaba cuánto la alimentara, siempre quería más», agregó Asja.
Aunque Gigi aún era desconfiada, y al principio comía recelosa y desde una distancia prudencial, a medida que pasaron los días se fue encariñando con Asja, quien la trató como su mejor amiga.
A pesar de las dudas iniciales, el cariño comenzó a hacer efecto y, quizás por primera vez en su vida Gigi se sintió amada, respetada y valorada. Le gustó esa sensación y decidió mudarse permanentemente con Asja y su otra gata, Sophie.
La atigrada minina experimentó un cambio del cielo a la tierra. Ya no se mostraba tímida, qué va, era todo un personaje. Se paraba de puntillas sobre las patas traseras y levantaba la cabeza, ansiosa de que alguien la rascase y le acariciase. Hoy en día vive feliz ronroneando junto a Asja y su hermanita Sophie.
Sin importar su especie, las personas tenemos una obligación ética con los animales. Debemos devolverles de la misma forma desinteresada el amor que nos regalan todos los días. Esta es una deuda que no debemos olvidar pagar.
Comparte esta historia con tus amigos. En última instancia, si no valoramos esta deuda, valoremos el comportamiento más inteligente: cuidar aquello que es mejor para nosotros y, sin duda, las mascotas lo son.